La Ciencia ficción ha dejado de ser aquel género infravalorado para convertirse, hoy por hoy, en un género literario consolidado y complejo que se escribe con mayúscula, epicentro de mucha transversalidad de pensamiento proveniente no solo de la ciencia y la literatura sino de las artes, la filosofía, la antropología, la política y lo social. Un verdadero crisol donde cristalizan los efluvios de nuestro tiempo, y al verla de esa manera parece que estuviésemos hablando de Latinoamérica.
La presente antología ha sido concebida como ese crisol en el que se intenta amalgamar las sustancias propias de esta región caracterizada por el mestizaje, la caoticidad, la hibridación y su condición de otredad.
Nada resulta más afín a la Ciencia ficción que la otredad, pues es un género que insiste en acercarse y comprender al otro, a ese eterno desconocido, al siempre discriminado, al raro, al monstruo, ya sea aquel que habita o proviene de otra galaxia o simplemente de otro país.
No es casualidad que en Latinoamérica esa otredad esté instalada en lo cotidiano, porque somos un pueblo disperso que se sigue preguntando quién es, seguimos siendo Los hijos de la malinche de Octavio Paz, pues, como él mismo dijera en El laberinto de la soledad (1950): “lo extraordinario de nuestra situación reside
en que no solamente somos enigmáticos ante los extraños, sino ante nosotros mismos”.
Que la otredad nos resulte tan cotidiana puede ser la razón del crecimiento y fortalecimiento de un género como la Ciencia ficción, que en principio parecía ligado a los países generadores de vanguardia tecnocientífica y no apto para aquellos que solo eran consumidores, tal es el caso latinoamericano, esto último constituye una mirada bastante cuestionable, no del todo cierta. También pasa que desde lo literario empezamos a mirar con mayor detenimiento a los pioneros del género en la región (Hugo Correa, Bioy Casares, Borges, Quiroga, Britto, etc.) permitiéndoles tanta influencia como la generada por los pioneros angloparlantes (Wells, Bradbury, Asimov, Le Guin, K. Dick, etc.) y no solo eso, también se debe a que las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos de Ci-fi hemos comenzado a leernos a nosotros mismos y nos hemos visto en El espejo enterrado de Carlos Fuentes.
Esta antología nace de esa lectura. Después de surcar muchas antologías de Ci-fi latinoamericano, hemos pensado en sumar otra, desde un lugar del que se tienen pocas noticias respecto a este género literario, desde una Venezuela que bien puede ser vista como el ojo del huracán, por lo que esta antología no deja de ser un ejercicio de resiliencia, en la que ejercemos la creatividad como forma de resistencia ante la crisis, una crisis que para nosotros (Latinoamérica) no es nueva, sobrepasa por mucho los gobiernos de derecha e izquierda, una crisis que más allá de ser económica, política o social, deviene existencial, es la crisis de la Ciencia-ficción latinoamericana, mutación transgénica del realismo mágico. Este es un lugar donde se abren múltiples umbrales, como aquel pasillo del Teatro mágico que recorriera Harry Haller. Portales que pueden conducir a los mundos más equidistantes, que pueden resultar retrofuturistas y ucrónicos e incluso intergalácticos y distópicos.
Alejandra Decurgez, desde Argentina, abre umbrales que evocan la nostalgia por la naturaleza y el temor de una humanidad que presiente la pérdida de algo esencial como consecuencia de la fusión (¿acaso irreversible?) de su ser con esa tecnología que va desplazando las supuestas imperfecciones de la carne por una promesa de eternidad cibernética. Ante esta visión que puede parecer pesimista, sin que necesariamente lo sea, contrapone la insistencia de lo orgánico, de lo no tecnológico, de una naturaleza por la que seguimos sintiendo arraigo, esa que solemos ver como una madre, y es que, en el fondo, por mucho que digitalicemos la vida, no nos apetece soñar con ovejas eléctricas.
Eliana Soza, desde Bolivia, abre umbrales que cuestionan uno de los puntos más cruciales de esta pandemia: la forma de relacionarnos. Nos muestra concepciones del amor que pueden estar determinadas por los algoritmos de una realidad virtual o por relaciones intergalácticas que logren valorarnos como especie más de lo que nos valoramos nosotros mismos. También trata el tema de la soledad desde una hipótesis de género único que se contrapone a la diversidad de género que se discute hoy en día, y aborda la posibilidad de una tecnología que puede ser contaminada por algo metafísico, una visión terrorífica para cualquier positivista.
Leonardo Espinoza Benavides, desde Chile, abre umbrales provocadores que plantean la cibernetización de lo divino, la tecnificación de lo religioso, algo que no debería asombrarnos dada la digitalización del mundo. También plantea la desintegración de las clases sociales, en un futuro donde la fuerza laboral que siembra los campos ha sido sustituida por androides, androides que posiblemente han sabido hacer huelgas. Abre umbrales donde el libro como lo conocemos ya no existe y su versión holográfica ocupa el mercado de los futuros lectores. Y siguiendo por esa senda de preocupación literaria recupera nada más ni nada menos que al ingenioso hidalgo de la Mancha quien parece no salir bien librado de tal tecnificación.
Maielis González, desde Cuba, más bien desde España, abre umbrales que hiperbolizan la pandemia al punto de desnaturalizar la piel humana en lo que podría ser un proceso de alienización de nosotros mismos. Abre umbrales donde la historia parece haberse extraviado, y un alucinado ejercicio de memoria y escritura se hace necesario. Recupera y llama la atención sobre nuestra relación con la vejez, la cual ha sufrido un quiebre durante la actual pandemia del Covid. También cuestiona una futura jurisprudencia respecto a las pandemias muy pertinente dada la peligrosa radicalidad producto de la paranoia que estas situaciones generan.
Erick J. Mota, desde Cuba, en un ejercicio casi paleográfico, abre umbrales que dan vida a las crónicas de los conquistadores. De pronto nos vemos inmersos en un viaje marítimo por un Caribe mítico infestado de leviatanes. Volvemos a surcar los mares con la viejas carabelas, en busca de ciudades perdidas que solo son metáforas de la avaricia del conquistador quien a su vez es metáfora de colonización y eurocentrismo. En este umbral propuesto por Mota seremos viajeros del tiempo capaces de reescribir la historia para evitar terribles genocidios, alcanzando un futuro más prometedor, en el que podamos vivir en el cielo y realizar “conquistas” intergalácticas.
Arisandy Rubio, desde México, abre umbrales en busca de una vacuna y lo hace viajando a realidades paralelas que comienzan a confundirnos hasta hacernos perder de vista cual es la original si es que realmente existe una. Explora umbrales donde la tecnología ha alcanzado la eternidad y por tanto ha vencido todas las enfermedades, lo que supone una existencia que anhelamos desde los albores de la modernidad pero que resulta, paradójicamente, en la muerte de la vida natural. También abre un umbral a un mundo microscópico donde el enemigo deja de ser invisible, y nos deja ver la preocupación por políticas de salud inescrupulosas que derivan en cruentas distopías.
Mary Cruz Paniagua, desde República Dominicana, abre umbrales alucinantes, donde una piedra de origen misterioso puede azular el mundo y cuestionar lo que entendemos por bien y mal. Umbrales donde un androide puede transmitirle enfermedades venéreas a los humanos y viceversa, evidenciando una relación íntima con esa tecnología que hemos imaginado aséptica. Aborda escenarios donde nuestro cuerpo orgánico es reemplazado por uno artificial en el que depositamos nuestra corporalidad para seguir siendo o ser otro dentro de un recipiente. Y un metafórico viaje espacial donde los analistas reciben a un “extraño” que provoca la dulce muerte.
Álvaro Morales, desde Uruguay, abre umbrales álgidos donde el enemigo intergaláctico número uno resulta siendo el personaje menos pensado. También abre umbrales en los que una fármaco dependencia aunada a regímenes totalitarios da cuenta de una humanidad que solo cambia de forma más no de fondo como si la miseria le fuera inmanente. Y en esta misma línea, sumamente sarcástica, dibuja nuestro exacerbado miedo a lo otro, lo otro no humano, aquello que reiteradamente calificamos como monstruoso, cuando lo realmente monstruoso es ese pavor y esa paranoia que pareciera distinguirnos como especie.
Ave (Annie Vásquez), desde Venezuela, abre umbrales brevísimos, tan breves que resultan una invitación a cuestionarnos cuan breve puede ser el umbral. Sus umbrales abordan la exploración genética y sus sujetos sin ser de otros planetas no son humanos, aunque lo que permanece en la mira de su cuestionamiento es precisamente la humanidad y las licencias que esta se toma respecto a la vida y la naturaleza. Sus umbrales también invocan lo poético, acercándonos al extraño Scifaiku, una poesía de ciencia ficción, de corta data, inspirada en el haiku japonés. Los suyos son umbrales con el hermetismo y la polisemia que la poesía presupone.
Cristian Soto, desde Venezuela, abre umbrales de inconformidad política y denuncia, en uno de ellos reflexiona sobre cuán dispuestos estamos en ceder territorio humano a la inteligencia artificial haciendo referencia al arte y la creatividad. En otro cuestiona la educación no presencial y la digitalización o virtualización del sistema educativo. También abre umbrales de cariz antropológico donde se plantea cómo preservar culturas que se resisten a la modernización, y umbrales que dejan ver el ejercicio inescrupuloso del poder desde las altas esferas políticas que solo piensan en perpetuar su dominio sobre las masas.
Obitual Pérez (quien escribe esta presentación), desde Venezuela, abre umbrales relacionados con la cuarentena y las extrañas pero tan humanas formas en que podríamos asumirla.
Wild Parra, desde Venezuela, abre umbrales relacionados con la bioética donde el ensayo de fármacos con incautos grupos humanos usados como cobayas pone en evidencia una perversidad de magnitudes históricas. Nos muestra las miserias de una humanidad amante de la tecnología fáustica que se ha divorciado de la naturaleza. Nos expone el drama de una generación que tendrá que debatirse entre la realidad real y la virtual fluctuando en relaciones humanas complejas, personas que al no distinguir una realidad de otra perderán la cordura y vivirán experiencias sórdidas que no desembocan en finales felices.
Después de tanto umbral abierto no queda otra opción que perderse en ellos y mantener la costumbre de abrirlos dondequiera, para seguir agigantando este imaginario nocturno y femenino de la Ciencia ficción, de tal forma que la vorágine de lo diverso siga siendo el gran detonador de la existencia.
Obitual Pérez
San Cristóbal, diciembre de 2020
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